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20 mar 2019
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La central hidroeléctrica Simón Bolívar, próxima a la ciudad del mismo nombre, orgullo de la producción eléctrica venezolana, es al mismo tiempo el punto más débil para el correcto abastecimiento del país. Alimentada por las aguas del embalse del Guri, creado sobre el curso del río Caroní, afluente del Orinoco en su tramo final, es capaz de generar, junto con otras tres pequeñas centrales aguas abajo del mismo río, casi el 80% de las necesidades totales de su energía eléctrica.
Este complejo generador se construyó en dos fases, la primera, puesta en marcha con diez turbinas arrancó en 1978 y la segunda con otras diez en 1986, ambas con diferentes máquinas, de potencias entre 130 y 770 MW, de las cuales un buen número no suelen estar en funcionamiento, bien por obsolescencia con retirada definitiva o por trabajos de mantenimiento o restauración. De forma orientativa se puede decir que la potencia global disponible se sitúa en alrededor de 10.000 MW. Un sistema de control automatizado gobierna el conjunto de turbinas en marcha con relación a la demanda del sistema de distribución, lo que resulta relativamente sencillo dada la rapidez de respuesta que tienen las máquinas hidroeléctricas. Sin embargo, el pasado 7 de marzo, este sistema no fue capaz de mantener el operativo apropiadamente y se produjo un colapso del mismo, con interrupción prácticamente general de la producción eléctrica y de su vertido a la red, que afectó a prácticamente todos los estados del país.
La red de distribución de Venezuela sigue el modelo clásico de transporte con alta o muy alta tensión procedente de la planta mayoritaria a subestaciones que van reduciendo el voltaje en puntos determinados a los niveles correspondientes a las industrias o a los consumos domésticos. Al existir prácticamente muy escasas posibilidades de generación complementaria en zonas diferentes de la planta citada, resulta muy difícil reestablecer de forma masiva el suministro si no se resuelven en origen los problemas que han originado el blackout. Incluso, a partir de la eventual puesta en marcha de la central, resulta muy complejo el proceso de nueva puesta en marcha de las subestaciones sin un sistema adecuado de control global. Con el posible agravante de que hayan podido producirse problemas de diversa índole en diferentes puntos de la red.
No es la primera vez que Venezuela afronta situaciones de este tipo, como lo ha sido una frecuente inestabilidad a partir de 2009, dos importantes blackouts en 2013 y problemas con el agua embalsada en 2016, que en general has sido motivados por causas climáticas. Sin embargo, el caso actual con casi seis días de duración en algunos estados ha sido el más grave de todos ellos, habiéndose reportado un número no confirmado de muertes por esa causa, sobre todo en pacientes hospitalizados. Ello confirma que un modelo de generación-distribución como el existente, demanda la más depurada planificación y gestión, con la necesaria inversión para perfeccionar el control y el mantenimiento.
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LA GENERACIÓN ELÉCTRICA DE VENEZUELA Y SU ÚLTIMO BLACK-OUT
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