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SEPTIEMBRE 1980 - Volumen: 55 - Páginas: 193-196
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Por lo que sabemos, según la historia de la ciencia, a Juan Filóponos, un alejandrino neoplatónico del siglo v, no le es difícil recurrir a la transmisión de virtus inmateriales a su antojo (53). Esta transmisión del movimiento puede hacerse, nos dice el alejandrino, del mismo modo que un rayo de sol que atraviesa un cristal coloreado, tiñe de este color al objeto que hiere. La suposición aristotélica no es cierta: ¿para que haría falta el concurso de la mano en el movimiento de la piedra? Agitando una masa de aire violentamente, podríamos lanzar una piedra, según Aristóteles; pero esto no sucede; arrojarnos más lejos una piedra con la ayuda de la mano. Además, mientras piedra y mano están unidas, no hay aire intermedio. Así nacerá la idea de energía cinética, no de fuerza, como aclarará Duhem. Esta crítica, mejor dicho, rectificación, no cesará ya jamás, hasta tomar un giro completamente definitivo con Galileo. Pasemos por alto la continuación que esta importante crítica tuvo a lo largo del medioevo. Gilson ha señalado que Tierry de Chartes hablaba de, ella en el siglo XII.
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