REVISTA DE INGENIERIA DYNA

Palabras clave:

[No Consta]

Tipo de artículo:

EDITORIAL

Sección:

VARIOS

Dice el Diccionario de la Real Academia Española que profesionalidad es 'cualidad de la persona y organismo que ejerce su actividad con relevante capacidad y aplicación'. En ocasiones se utiliza el término profesional con ese carácter positivo, propio del trabajo bien hecho (como contrapuesto, por ejemplo, a aficionado o a chapucero). Sin embargo, en otras se le da una connotación peyorativa como al profesional que busca su sueldo antes que el bien común o, en una interpretación más figurada, cuando alguien realiza una acción de forma habitual pero indeseable como es el caso del ladrón profesional. Viene todo esto a colación porque, si algo se espera inexcusablemente de un ingeniero industrial es su profesionalidad, extremo éste que solemos cumplir Summa cum laude, sin resquicio siquiera para otros beneficios corporativos o endogámicos, comunes en otras disciplinas. No obstante, este comportamiento intrínseco a nuestra labor se encuentra a menudo (y cada vez más) con respuestas de nuestros interlocutores que no están a la misma altura ética ni “estética”. Así, frente a profesionales que requieren datos, condiciones de contorno, objetivos, etc. para evaluar y ser evaluados, se encuentran muchas veces antagonistas (ya sean superiores jerárquicos, clientes, funcionarios de la Administración, ...) con quienes la comunicación discurre por otros cauces. Aún hoy existen quienes siguen apelando a la testosterona (al estilo de los malos entrenadores de fútbol) como principal (y casi único) argumento a la hora de plantear proyectos o tareas: no aportan más recursos que la elongación de la jornada laboral (por algo los españoles estamos en esto a la cabeza de los europeos) para terminar dentro del plazo; ni más aclaraciones que “sin errores, sin accidentes, sin multas, sin reclamaciones”.